El otro
día vi un reportaje de Jordi Évole, vi en pantalla la evidencia de una cifra:
tiramos 1.300 toneladas de comida al año en el mundo. 1.300. Como suena. Así de
rotundo. Tan rotundo como la fonética de la palabra “hambre”…
Y destrozamos
la educación. Dejamos impunes a los que nos roban y se lo gastan, ahora mismo,
en esquís y copas, Baqueira arriba. Ansiamos el éxito a cualquier precio.
Dejamos a los niños engordar indiscriminadamente mientras desarrollan pulgares
supersónicos mientras matan soldados, o civiles, qué mas da, en unas trincheras
de un realismo tan brutal que la matanza de Newtown no les hace cerrar los ojos
de horror ni por un segundo, y si eso es mucho pedir, ni siquiera les da un
ligero escalofrío. Siguen comiendo, mientras se oye el sonido de un arma al
cargar acompañada de cifras disparatadas sobre la venta de fusiles. Ni un
pestañeo. Y cuando acaben, cogerán un iphone que dominan en manejo con los ojos
vendados mientras, siguen dando patadas a la ortografía en los pocos dictados
que se siguen haciendo en los colegios. Y nuestros jóvenes hacen botellón
mientras su futura jubilación es tan imposible como que recojan la basura
después de beber en mi portal. Gandía Shore es mucho más importante. Y los
índices de paro en los menores de 30, se los fuman con el costo que han
comprado hace un rato. Anestesiados. Incapaces de hacer crecer una motivación
que la L.O.G.S.E, violó y abandonó un mal día. Pero deseosos de coches de lujo,
ropa de marca, y poder putrefacto. Que un médico es un pobre mindundi que cobra
mil doscientos. Contratos basura. Esclavos a buen precio. Que se vendan muchos
cachorros en navidad, que luego ya veremos. Y la impotencia que deja una larga
etapa de bienestar y riqueza, produciendo la confianza de que tarde o temprano
volverán las vacas gordas, ante la mirada de pánico de unos padres, que por
suerte, vivieron momentos más difíciles que les hicieron no bajar la guardia ni
perder el interés, educados por abuelos de hierro que hacen de este, un mundo
digno y que les convirtieron en la generación de oro a la que ahora admiro más
que nunca. Pero a la que culpo de haber sembrado esta generación vacía de
valores. Y yo, me pregunto, cómo hemos llegado a esto. ¿Por qué es día 22 y no
ha acabado el ciclo? Ojalá hubieran tenido razón los mayas, ojalá hubiera
cambiado este formato: porque nunca dijeron que se acababa el mundo. Sino el
formato…
Pero es Navidad, y aunque
escuece desde que te marchaste un 30 de junio, aún con el verano
desperezándose, me sigue gustando. Me gusta. Porque creo que voy empezando a
entender lo que se quedó colgando con tu marcha, es decir, el mundo entero.
Empiezo a entenderlo, y no porque sea Navidad, sino porque coincide con las
fechas con las que pasamos revista sobre el inventario de dentro, el que no se
ve, el que más pesa. Y pasando revista, sé como quiero vivir. Y siento que
ojalá, todo lo que pasa, sea la herida abierta que haga despertar al animal
herido, y que cambiemos esto, no porque lo digan los mayas, sino porque nos
sale de los cojones.
Yo ya he desinfectado mi
herida abierta, y se siente mucho alivio, las cosas como son. He pasado
suficientes navidades como para tener recuerdos buenos y recuerdos malos, y
desde luego, cada uno de los buenos en sí mismo, es más poderoso que todos los
malos juntos. Soy una privilegiada, por mi madre, por la familia que tengo.
Porque he tenido amigos que se han puesto enfermos y se han curado. Porque sé
lo que es echarte de menos hasta el dolor, lo que supone: hasta qué punto he
sabido quererte. He sido capaz de diluir el odio por la mujer que se llevó tu
vida, perdonarme, perdonarte. Tengo a mi lado a un hombre al que amo, por como
es, no por lo que tiene. Aborrezco el clasismo, los prejuicios, la envidia y el
nido de víboras que supone el mundo laboral, lo políticamente correcto, el
egoísmo, la hipocresía, la guerra que han despertado en defensa de un catalán
que está de todo, menos en peligro de muerte, los que te aplauden cuando estás
arriba y ni te miran cuando te has caído, el tanto tienes tanto vales, el
hambre, el desinterés, la incultura. Estoy orgullosa de saber seguir mi instinto,
de querer a quien me da la gana, de fumarme el qué dirán. Me he dado cuenta de
que no necesito nada, más allá de lo imprescindible para vivir, y lo que me
sobra, para viajar. Si después de viajar, aún me sobra, que no sea porque lo he
conseguido a cualquier precio, que no me corrompa jamás. No juzgo a la gente
por cuanto lleva en la cartera o por la marca de sus zapatos. Mandaría al
psiquiatra de uno en uno, a todos aquellos que siguen empeñados en demostrar
que tienen algo que hace mucho tiempo que la crisis les quitó, parece como si
ellos también se hubieran devaluado, o eso creen, y es a lo que temen, supongo…
Que su amplísimo y poderosísimo círculo de influencias, que no amigos, se
desvanezca como su dinero. Quiero irme a dormir tranquila todas las noches,
después de haberme reído mucho. Quiero que no enfermen los que me importan. Ni
los demás. Que sigamos todos juntos. Quiero parecerme a mi madre, y saber como
ella, inculcar a los que sean mis hijos, los valores que ella plantó en mi con
tanta fuerza, que ni el mundo disfrazado de esto, a lo que le obligamos a
convertirse, ha podido arrancar. Porque sé que está disfrazado. Sé que podemos
hacer que vuelva. Y que no sólo es pedírselo a los Gobiernos, sino ejercer
también nosotros un poco, en nuestros pequeños países a los que llamamos casa,
en nuestras vidas… Porque creo, y más en Navidades que nunca, que todo se
contagia, y que si empezamos con nuestra propia vida, conseguiremos grandes
cosas.
Una vez mas me quito el sombrero con tu escritura en fondo y forma, en como lo dices pero sobre todo, en lo que dices. Me parece súper bonito tu forma de querer a los tuyos
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. De nuevo, un trago de aire fresco...
ResponderEliminar¡Pilas cargadas! Un admirador.