sábado, 22 de diciembre de 2012

El mundo 3.0


El otro día vi un reportaje de Jordi Évole, vi en pantalla la evidencia de una cifra: tiramos 1.300 toneladas de comida al año en el mundo. 1.300. Como suena. Así de rotundo. Tan rotundo como la fonética de la palabra “hambre”…
Y destrozamos la educación. Dejamos impunes a los que nos roban y se lo gastan, ahora mismo, en esquís y copas, Baqueira arriba. Ansiamos el éxito a cualquier precio. Dejamos a los niños engordar indiscriminadamente mientras desarrollan pulgares supersónicos mientras matan soldados, o civiles, qué mas da, en unas trincheras de un realismo tan brutal que la matanza de Newtown no les hace cerrar los ojos de horror ni por un segundo, y si eso es mucho pedir, ni siquiera les da un ligero escalofrío. Siguen comiendo, mientras se oye el sonido de un arma al cargar acompañada de cifras disparatadas sobre la venta de fusiles. Ni un pestañeo. Y cuando acaben, cogerán un iphone que dominan en manejo con los ojos vendados mientras, siguen dando patadas a la ortografía en los pocos dictados que se siguen haciendo en los colegios. Y nuestros jóvenes hacen botellón mientras su futura jubilación es tan imposible como que recojan la basura después de beber en mi portal. Gandía Shore es mucho más importante. Y los índices de paro en los menores de 30, se los fuman con el costo que han comprado hace un rato. Anestesiados. Incapaces de hacer crecer una motivación que la L.O.G.S.E, violó y abandonó un mal día. Pero deseosos de coches de lujo, ropa de marca, y poder putrefacto. Que un médico es un pobre mindundi que cobra mil doscientos. Contratos basura. Esclavos a buen precio. Que se vendan muchos cachorros en navidad, que luego ya veremos. Y la impotencia que deja una larga etapa de bienestar y riqueza, produciendo la confianza de que tarde o temprano volverán las vacas gordas, ante la mirada de pánico de unos padres, que por suerte, vivieron momentos más difíciles que les hicieron no bajar la guardia ni perder el interés, educados por abuelos de hierro que hacen de este, un mundo digno y que les convirtieron en la generación de oro a la que ahora admiro más que nunca. Pero a la que culpo de haber sembrado esta generación vacía de valores. Y yo, me pregunto, cómo hemos llegado a esto. ¿Por qué es día 22 y no ha acabado el ciclo? Ojalá hubieran tenido razón los mayas, ojalá hubiera cambiado este formato: porque nunca dijeron que se acababa el mundo. Sino el formato…

Pero es Navidad, y aunque escuece desde que te marchaste un 30 de junio, aún con el verano desperezándose, me sigue gustando. Me gusta. Porque creo que voy empezando a entender lo que se quedó colgando con tu marcha, es decir, el mundo entero. Empiezo a entenderlo, y no porque sea Navidad, sino porque coincide con las fechas con las que pasamos revista sobre el inventario de dentro, el que no se ve, el que más pesa. Y pasando revista, sé como quiero vivir. Y siento que ojalá, todo lo que pasa, sea la herida abierta que haga despertar al animal herido, y que cambiemos esto, no porque lo digan los mayas, sino porque nos sale de los cojones.
Yo ya he desinfectado mi herida abierta, y se siente mucho alivio, las cosas como son. He pasado suficientes navidades como para tener recuerdos buenos y recuerdos malos, y desde luego, cada uno de los buenos en sí mismo, es más poderoso que todos los malos juntos. Soy una privilegiada, por mi madre, por la familia que tengo. Porque he tenido amigos que se han puesto enfermos y se han curado. Porque sé lo que es echarte de menos hasta el dolor, lo que supone: hasta qué punto he sabido quererte. He sido capaz de diluir el odio por la mujer que se llevó tu vida, perdonarme, perdonarte. Tengo a mi lado a un hombre al que amo, por como es, no por lo que tiene. Aborrezco el clasismo, los prejuicios, la envidia y el nido de víboras que supone el mundo laboral, lo políticamente correcto, el egoísmo, la hipocresía, la guerra que han despertado en defensa de un catalán que está de todo, menos en peligro de muerte, los que te aplauden cuando estás arriba y ni te miran cuando te has caído, el tanto tienes tanto vales, el hambre, el desinterés, la incultura. Estoy orgullosa de saber seguir mi instinto, de querer a quien me da la gana, de fumarme el qué dirán. Me he dado cuenta de que no necesito nada, más allá de lo imprescindible para vivir, y lo que me sobra, para viajar. Si después de viajar, aún me sobra, que no sea porque lo he conseguido a cualquier precio, que no me corrompa jamás. No juzgo a la gente por cuanto lleva en la cartera o por la marca de sus zapatos. Mandaría al psiquiatra de uno en uno, a todos aquellos que siguen empeñados en demostrar que tienen algo que hace mucho tiempo que la crisis les quitó, parece como si ellos también se hubieran devaluado, o eso creen, y es a lo que temen, supongo… Que su amplísimo y poderosísimo círculo de influencias, que no amigos, se desvanezca como su dinero. Quiero irme a dormir tranquila todas las noches, después de haberme reído mucho. Quiero que no enfermen los que me importan. Ni los demás. Que sigamos todos juntos. Quiero parecerme a mi madre, y saber como ella, inculcar a los que sean mis hijos, los valores que ella plantó en mi con tanta fuerza, que ni el mundo disfrazado de esto, a lo que le obligamos a convertirse, ha podido arrancar. Porque sé que está disfrazado. Sé que podemos hacer que vuelva. Y que no sólo es pedírselo a los Gobiernos, sino ejercer también nosotros un poco, en nuestros pequeños países a los que llamamos casa, en nuestras vidas… Porque creo, y más en Navidades que nunca, que todo se contagia, y que si empezamos con nuestra propia vida, conseguiremos grandes cosas. 

2 comentarios:

  1. Una vez mas me quito el sombrero con tu escritura en fondo y forma, en como lo dices pero sobre todo, en lo que dices. Me parece súper bonito tu forma de querer a los tuyos

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  2. Muchas gracias por tus palabras. De nuevo, un trago de aire fresco...
    ¡Pilas cargadas! Un admirador.

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