sábado, 22 de diciembre de 2012

El mundo 3.0


El otro día vi un reportaje de Jordi Évole, vi en pantalla la evidencia de una cifra: tiramos 1.300 toneladas de comida al año en el mundo. 1.300. Como suena. Así de rotundo. Tan rotundo como la fonética de la palabra “hambre”…
Y destrozamos la educación. Dejamos impunes a los que nos roban y se lo gastan, ahora mismo, en esquís y copas, Baqueira arriba. Ansiamos el éxito a cualquier precio. Dejamos a los niños engordar indiscriminadamente mientras desarrollan pulgares supersónicos mientras matan soldados, o civiles, qué mas da, en unas trincheras de un realismo tan brutal que la matanza de Newtown no les hace cerrar los ojos de horror ni por un segundo, y si eso es mucho pedir, ni siquiera les da un ligero escalofrío. Siguen comiendo, mientras se oye el sonido de un arma al cargar acompañada de cifras disparatadas sobre la venta de fusiles. Ni un pestañeo. Y cuando acaben, cogerán un iphone que dominan en manejo con los ojos vendados mientras, siguen dando patadas a la ortografía en los pocos dictados que se siguen haciendo en los colegios. Y nuestros jóvenes hacen botellón mientras su futura jubilación es tan imposible como que recojan la basura después de beber en mi portal. Gandía Shore es mucho más importante. Y los índices de paro en los menores de 30, se los fuman con el costo que han comprado hace un rato. Anestesiados. Incapaces de hacer crecer una motivación que la L.O.G.S.E, violó y abandonó un mal día. Pero deseosos de coches de lujo, ropa de marca, y poder putrefacto. Que un médico es un pobre mindundi que cobra mil doscientos. Contratos basura. Esclavos a buen precio. Que se vendan muchos cachorros en navidad, que luego ya veremos. Y la impotencia que deja una larga etapa de bienestar y riqueza, produciendo la confianza de que tarde o temprano volverán las vacas gordas, ante la mirada de pánico de unos padres, que por suerte, vivieron momentos más difíciles que les hicieron no bajar la guardia ni perder el interés, educados por abuelos de hierro que hacen de este, un mundo digno y que les convirtieron en la generación de oro a la que ahora admiro más que nunca. Pero a la que culpo de haber sembrado esta generación vacía de valores. Y yo, me pregunto, cómo hemos llegado a esto. ¿Por qué es día 22 y no ha acabado el ciclo? Ojalá hubieran tenido razón los mayas, ojalá hubiera cambiado este formato: porque nunca dijeron que se acababa el mundo. Sino el formato…

Pero es Navidad, y aunque escuece desde que te marchaste un 30 de junio, aún con el verano desperezándose, me sigue gustando. Me gusta. Porque creo que voy empezando a entender lo que se quedó colgando con tu marcha, es decir, el mundo entero. Empiezo a entenderlo, y no porque sea Navidad, sino porque coincide con las fechas con las que pasamos revista sobre el inventario de dentro, el que no se ve, el que más pesa. Y pasando revista, sé como quiero vivir. Y siento que ojalá, todo lo que pasa, sea la herida abierta que haga despertar al animal herido, y que cambiemos esto, no porque lo digan los mayas, sino porque nos sale de los cojones.
Yo ya he desinfectado mi herida abierta, y se siente mucho alivio, las cosas como son. He pasado suficientes navidades como para tener recuerdos buenos y recuerdos malos, y desde luego, cada uno de los buenos en sí mismo, es más poderoso que todos los malos juntos. Soy una privilegiada, por mi madre, por la familia que tengo. Porque he tenido amigos que se han puesto enfermos y se han curado. Porque sé lo que es echarte de menos hasta el dolor, lo que supone: hasta qué punto he sabido quererte. He sido capaz de diluir el odio por la mujer que se llevó tu vida, perdonarme, perdonarte. Tengo a mi lado a un hombre al que amo, por como es, no por lo que tiene. Aborrezco el clasismo, los prejuicios, la envidia y el nido de víboras que supone el mundo laboral, lo políticamente correcto, el egoísmo, la hipocresía, la guerra que han despertado en defensa de un catalán que está de todo, menos en peligro de muerte, los que te aplauden cuando estás arriba y ni te miran cuando te has caído, el tanto tienes tanto vales, el hambre, el desinterés, la incultura. Estoy orgullosa de saber seguir mi instinto, de querer a quien me da la gana, de fumarme el qué dirán. Me he dado cuenta de que no necesito nada, más allá de lo imprescindible para vivir, y lo que me sobra, para viajar. Si después de viajar, aún me sobra, que no sea porque lo he conseguido a cualquier precio, que no me corrompa jamás. No juzgo a la gente por cuanto lleva en la cartera o por la marca de sus zapatos. Mandaría al psiquiatra de uno en uno, a todos aquellos que siguen empeñados en demostrar que tienen algo que hace mucho tiempo que la crisis les quitó, parece como si ellos también se hubieran devaluado, o eso creen, y es a lo que temen, supongo… Que su amplísimo y poderosísimo círculo de influencias, que no amigos, se desvanezca como su dinero. Quiero irme a dormir tranquila todas las noches, después de haberme reído mucho. Quiero que no enfermen los que me importan. Ni los demás. Que sigamos todos juntos. Quiero parecerme a mi madre, y saber como ella, inculcar a los que sean mis hijos, los valores que ella plantó en mi con tanta fuerza, que ni el mundo disfrazado de esto, a lo que le obligamos a convertirse, ha podido arrancar. Porque sé que está disfrazado. Sé que podemos hacer que vuelva. Y que no sólo es pedírselo a los Gobiernos, sino ejercer también nosotros un poco, en nuestros pequeños países a los que llamamos casa, en nuestras vidas… Porque creo, y más en Navidades que nunca, que todo se contagia, y que si empezamos con nuestra propia vida, conseguiremos grandes cosas. 

martes, 4 de diciembre de 2012

MATERIALES PARA CONSTRUIR UNA VIDA



 No hay que aferrarse a lo material. Lo material es siempre remplazable. Pues discúlpenme, pero a pesar de lo romántico y bucólico de la afirmación, a pesar de que a simple vista es cierto, tengo que discrepar. Y lo hago con conocimiento de causa, aferrada al pomo de la puerta de la que hasta hoy ha sido mi casa, incapaz de soltarlo, incapaz de dar el tirón que la cerrará para que vivan otros a los que nunca he visto. Yo me voy, igualmente feliz y emocionada a empezar una nueva etapa. Me voy por decisión propia, segura de que es lo que quiero y lo correcto, pero aún así, el pomo arde y no puedo soltarlo. No es lo material en sí, maldita sea, no creo que haga falta que lo explique; es todo lo no material, todo lo intangible que lo material encierra. Es que tras esa puerta de pomo de fuego, están las paredes del primer sitio al que he considerado MI casa y de nadie más. Están todos los años allí vividos, con sus recuerdos buenos, sus anécdotas vacías de contenido y sus pesadillas debajo de un sofá. Están los trozos de Montse y de Isa que quedaron tras sus maletas. Está también el año mano a mano con el gotelé que siempre he detestado, ese año en el que la casa actuó como reflejo de lo que quedaba dentro de mi: mucha basura desordenada e inútil que el peso de los días me impedía tirar. Las mañana cuando Boston era todavía un cachorro y yo no podía recorrer el camino de la cama al baño sin aterrizar sobre un pis o en ocasiones menos afortunadas, sobre algo peor… Las noches de insomnio, los viernes sin salir, cada una en un sofá, a la espera de que empezara Las Vegas y la NBA nos marcara la hora de ir a dormir. Los pocos botellones que allí celebramos. El olor a pintura de la llegada de Román. Todo eso tras el pomo. Y claro que hay más casas y las hay mejores, pero ninguna como Sánchez Barcáiztegui, 37. Ninguna tan remplazable pero tan única por lo que guarda, por lo que sabe y aún así se calla. 
Como aquellos folios viejos que sí me llevo. Folios al fin y al cabo, podrán pensar, pero no. Porque sólo en esos folios están las cinco páginas de carta que mi madre me escribió cuando, adolescente en el ocaso, abandoné mi isla para instalarme en la gran ciudad tras los pasos de un futuro que sigue siendo incierto. No son sólo folios; son los únicos en los que pone “Mi pequeñita, porque siempre serás mi pequeñita”. Y no son sólo restaurantes. Aquel, es el de nuestra primera cena. Y aquella, la calle en la que decidiste agarrarme la mano que aún no has soltado. No es un jersey viejo y azul, lleno de bolitas e igual a otros mil millones que Zara fabrica en serie, a la venta en cualquier lugar del planeta. Es el jersey que llevabas y te quitaste porque la noche se puso fría, pasándomelo por la cabeza y que aún, si me concentro mucho, gotea ese olor. Ese olor a ti. Que no es sólo una colonia que El Corte Inglés te ofertará con total seguridad en los Ocho Días de Oro. Es el olor de mi infancia. Es el olor que en mi memoria va contigo, convirtiendo lo material en jodidamente irreemplazable. 
Nos hemos mudado, casi por hobby, más de lo normal. Pero a todas partes hemos llevado mi raqueta verde de Heat, aquella que llevó Agassi, aquella con la que nunca gané nada. Y la silla diminuta de Román con sus ratones con globos, con su olor a viejo. El Boletín de los Registradores de mi abuelo. Las conchas enormes de mi abuela donde mi madre nos servía la bechamel que sigue sin gustarme. Las fotos de los sábados en Tito’s Gala de Tarde. Todo material. Todo único. Todo en la memoria y en las cajas de mudanza por muchos años que pasen. Así que, agarrada a este pomo, he decidido que no quiero que me vuelvan a decir que lo material se sustituye. 
El contrapeso: toda esa felicidad al entrar en la que ahora es nuestra casa. Y así es la vida, cierras unas puertas, para abrir otras… De algunas, ya no tengo la llave. Y de tenerla, creo que sería incapaz de usarla. En casa de mis abuelos, había una canasta en un patio de baldosas rojas. Allí, todos teníamos una camiseta: innegociable era que José era Barkley, Shaquille O’neill era de Isi y aunque a mi me gustaba Jordan, daba igual porque yo era la pequeña y no tenía ni voz ni voto. Eso es así, es una ley no escrita, igual de suprema que la Constitución e igual de inquebrantable que el silencio sobre quién quemó el leñero. No es que sólo hubiera una camiseta de Bird en el mundo. Es que no había otra como la que llevábamos en la cancha de baldosas rojas de una sola canasta, y allí esa, era de Ricardo. No hay llave que abra eso. No existe… Porque si me asomo ahora, el silencio de lo material sin los primos haciendo jolgorio, lo convertiría en lo que temo: algo sustituible. 
Ya lo ven, yo tengo mi lista de materialidades con alma, aquel que esté leyendo esto, tendrá las suyas; apuesto un brazo. 
Podrán ser entradas rotas de un cine que se cerró hace años, un peluche que alguien te regaló algún día, una flor muerta y disecada o una casa antigua y vendida en mejores o peores momentos económicos… Por supuesto, que cada sábado pueden darte otra entrada partida al entrar en Kinépolis; por descontado, hasta en la gasolinera puedes comprar un osito con un “te quiero mucho” bordado en la tripa, siempre se disecarán más rosas y nuevas casas pedirán ser llenadas de nuevos recuerdos… 
Pero no serán las mismas, no serán remplazables, no serán como todas esas cosas materiales que hacen de cajas organizadoras en el baúl de los recuerdos que es la memoria… Así que, el que pueda sustituirlas, el que sepa cómo hacerlo… que no me cuente cómo lo hace, porque NO quiero saberlo. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

INMENSOS


Y sin embargo una mujer como Usted y un hombre como yo,
no coinciden a menudo sobre la tierra.
Joseph Conrad


INMENSOS

Fue él mismo, hace unos días, el que aseguró que no le gustan los aniversarios. Por eso tal vez, me decido a escribirle tan tarde, tan lejos de su cumpleaños, tan de domingo sin nada que celebrar. Y es que, no le gustan los aniversarios. Ni la gente cutre, ni la que se conforma después de perder, ni los perros. No le gusta decir te quiero. No le gusta hablar por teléfono. Pero le gusta el círculo que dibujan cuando están juntos y lo cierto es que lo están todo el tiempo, uno en cada punta.
Lo cierto es que a mi me gusta mirar el círculo y saber que cuidan de él, en sitios a dónde él mismo no me deja llegar.
A algunos he tenido la suerte de verlos crecer. A otros, les han adoptado en los lugares que el Marqués iba rindiendo a sus pasos. Así de fácil. Así es como le gusta hacerlo.
Lo cierto es que me gustan mucho. Son INMENSOS.
Comenzando por él…Por el Marqués: capaz de liderar una pandilla de esquimales en media hora si es que de casualidad se decide a mudarse allí para expandir el negocio de los iglús prefabricados y la pesca artesanal con caña de palo en agujero en el hielo, mientras una hawaina ataviada con su traje tradicional te trae un gin tonic y te llama Señor. Algo que sonaría del todo inverosímil para cualquiera menos para el Marqués, que si se lo propone consigue inversores para semejante majadería en el tiempo que tarden en beberse tres copas. Es el maldito rey de la fiesta. Y si no le haces caso te gritará, y lo peor, es que a ti te parecerá bien.  Te parecerá bien porque es domingo y sabes que en un apartamento de alguna calle de Modena esta él con unos pantalones cortos inmundamente viejos y feos, pensando que desde su salón se oyen los discursos de Jav, que ha decidido que hoy no es buen día para estudiar porque si lo hace, corre el riesgo de acabar demasiado pronto y eso no le daría la suficiente ventaja a Rajoy: la carrera hasta la Moncloa debe estar igualada, y por tanto, es mejor que Mariano empiece desde allí. De otra manera sería demasiado fácil.
Está el Marqués en Modena con los pies sobre la mesa contemplándose unas piernas finas como el bambú pero peludas como las de una araña, y es capaz de oler lo que Xisco trajina entre fogones, derrochando un talento que el mundo entero se está perdiendo cada vez que abre un libro de economía.
Esta en Modena pero si pierde la calma siente el influjo enorme y hechizante de una secuoya igualmente enorme… siente el influjo de la calma propia del que ha sufrido lo que no le tocaba. Siente el influjo de alguien que se toma la vida de otra manera, porque mientras los demás siguen jugando, él ya llegó al nivel de Sensei hace muchos, muchos años. Por eso el Marqués sólo le enseña a él lo que le duele. Por eso el Marqués le escucha siempre, sin importar cuantos litros de Tanqueray empapen la charla.
Esta en Modena, pero si ellos cierran los ojos, le ven sentado en el sofá del Cuartel General Sales 28, donde yo ahora veo a Chamorro, con su eterno buen carácter, con su eterno take it easy, y lo siento antagonista al frenético ritmo mental del Marqués. Tan antagonista y tan imprescindible para él. Porque así es Chamorro, imprescindible…
Esta en Modena y no será la última vez que te grite, pero te dará igual porque si juegas con él a pares y nones siempre pierdes y acabas limpiando la casa a ritmo de una irritante canción infantil de Youtube. Y días como hoy, tan de domingo sin nada que celebrar, puedes recordarlo y echarte a reír, como cuando Sito se levantaba día tras día en Sánchez Barcaiztegui, tras una feroz batalla con un despertador que le situaba en Vicálvaro un par de horas antes, jurándose que ese día sería el último, a la vez que sabía, que una tarde más el Marqués volvería a convencerle y juntos serían, una noche más, Don Quijote y Sancho Panza.
Esta en Modena y Taitus en algún otro lugar que no sé decir, pero les oigo picarse a su modo habitual desde twitter. A su modo habitual. El marqués lo sabe, Taitus nunca pierde el ritmo. Que Taitus nunca pierde el ritmo y que Nacho y Alba siempre le darán razones para no dormirse en los laureles: al Marqués le gusta mucho competir, y con ellos, siempre hay rival, si eres el más guapo y el más listo, que te cueste merecerlo.
Esta en Modena y apuesto a que echa de menos esos viernes en los que aparecía Elías con su coche y su gran sonrisa, dispuesto al jolgorio que el Marqués tuviera establecido en ruta para ese día. Porque es así. Él organiza, pero siempre le siguen. Quieren seguirle. Y a él le gusta seguir a Litos. Las cosas que no le gustan, le gustan si son con Litos: hablar por teléfono, tocar a Boston, hablar del amor y boxear. Es así. Litos es el tendón de Aquiles del Marqués. Y mi favorito, las cosas como son…
Aunque si he escrito esto, es porque creo que son INMENSOS, ellos y los que no caben aquí pero que están y saben que están. INMENSOS por darle a mi hermano el mejor cumpleaños de su vida, el mejor abrigo al que ir a arroparse cuando las cosas se ponen feas y el cielo amenaza tormenta. La mejor tirita para cuando lo que duele está demasiado dentro como para enseñarlo. La mejor compañía para invitar a bailar a la vida. Es así. Aunque todos discutan cuando acaba la liga del Comunio, el círculo es el círculo, no se rompe, no se vuelve triángulo, no se deshace. Es círculo y es INMENSO.

FELIZ CUMPLEAÑOS MARQUÉS.

VERANO Y OTRAS DROGAS


A si soy más de verano que de invierno… No sabría responder. Creo que hasta el más feo, puede tener los ojos bonitos.
El caso es que, hace unos días mi hermano me dijo “háblanos de los amores de verano. Escribe algo”. Me hizo gracia. Y aunque pensé que no podía aportar nada nuevo a la materia, aquí me encuentro. ¿Por qué? (Sí, no sólo Mourinho se hace semejantes preguntas)… ¿Y por qué no? Me lo estaba pidiendo alguien que no ha vivido ni un sólo amor de verano, y no por ser un feo de ojos bonitos, todo lo contrario; Román los vive todas las noches, incluidas las de enero. Pero no sabe lo que son… porque no es lo mismo. Él no ha perdido la cabeza. Yo sí. Hace ya… Algún que otro agosto.
En mi defensa diré, que creo firmemente que el verano es algún tipo de droga descatalogada; No sé si es el calor, que llevamos menos ropa, que algunos bebemos más, los agravantes de una mente ociosa, o que estamos más guapos. Quizás es cierto eso que dicen del viento envenenado y odiosamente dulce que sopla en el Mediterráneo: nos vuelve un poco locos. O todo a la vez. O, ¡qué narices! que nos lo inventamos para justificar que en el Puerto, vale todo. Pero allí estaba él, apoyado en la barra del bar de todas las noches. Y yo bailando con mis amigas canciones horteras que te ametrallan el tímpano pero que son perfectas para salir todas las noches. El chico podía llevar allí una vida entera, pero ¡joder! nunca había sido tan guapo… ¿o sí?.
¿Me está mirando? ¿Me mira? Y todas pendientes, cotilleando, despreocupadas y excesivamente morenas y guapas, a golpe de ron con algo, a golpe de caderas de niña-mujer en un siglo en el que ya no tenemos que escondernos. Sí, me mira. Sé que me mira. Y hago como que me da igual, pero el gallo vestido de ropa cara sabe que no es cierto. Y se alza como el Rey de Temporada, en un reino tan extenso como su espacio vital con frontera en el siguiente taburete, donde hay otro; igual de Rey, igual de favorecido por la situación de embriaguez veraniega… Y la noche avanza, hasta que me besa, despuntando el alba, en un entorno de postal de agencia de viajes, con el maquillaje lejos de su sitio y los pies llenos de arena.
Estás jodida. Empieza la enajenación transitoria grave.
Abandonas tu anterior relación, esa misma que la monotonía se había comido de postre un domingo cualquiera rondando diciembre, y decides que, ¿para qué más? Que eres feliz, que el perfecto desconocido con Reino en la barra, es el hombre de tu vida. Y pasan los días sin necesidad de dormir ni comer en exceso, para exprimir las horas que te brindan esas dos semanas de efectos que promete el prospecto de la caja de pastillas que compraste en junio, y que pone: VERANO 500mg.
En algunos momentos, hasta os lo creéis. Hasta decís “haberos encontrado”, y te parece que haber precipitado todo, es la mejor decisión que has tomado en tu vida. Pero llaman a la puerta. Es septiembre, que quiere pasar… Os prometéis volver a veros en otro sitio, más lejos del mar. Y aunque tristes, os envalentonan las secuelas del estupefaciente que es agosto. En el mejor de los casos, coincidiréis en Madrid, en Barcelona o en otra gran ciudad. En el peor, ese amor estival habla otro idioma. Entonces, te dispones a ahorrar, a llorarle a tus padres porque te mueres de amor, y con la ayuda de unos y otros, logras en un mes, embarcarte con lo mejor que trae Zara para otoño-invierno en un vuelo low cost, dirección al Cuento de Hadas. Al llegar, sí… Roma mola mucho, pero él no tanto. Ya no hay moreno, ni buen rollo, ni las sobredosis son para siempre: o te mueres o se te pasa.
Yo estaba viva y coleando, así que di por hecho que simplemente, se me había pasado. Pero ¡qué gran verano! ¡qué grandísimo colocón! Enfundada en mis abrigos a juego con el pálido de mi piel, dejo atrás al rey sin trono porque ya no es temporada y asumo que he echado todo a perder, pero que ha valido mucho la pena. Sea como sea, el amor de verano es único y necesario. Eso sí, no suele repetirse. Porque por desgracia, se aprende que es irreal, que forma parte de un decorado de Grease, que Travolta se vuelve gordo y envejece, y que te la dan con queso una vez. No más. O eso pensaba…
Hasta hoy… Cuando me has preguntado si soy más de verano o de invierno:
Y aunque siento haber tardado en contestar, te diré que soy muy del verano eterno que encontré un noviembre en tus ojos, grises como el ártico.

ANESTESIA


Se define la anestesia como falta o privación general o parcial de la sensibilidad.
El primer antecedente del Desfluorano, que es lo que se utiliza hoy en día en quirófano, fue obra de un español, el Doctor Ramón Llull, en 1275. Posteriormente, Frobenius, químico londinense, le dio el nombre de “éter” del griego “cielo”…
Hasta que tú, una tarde de verano tardío, como para reírte de tanta eminencia, lo renombraste como: “No-Es-Por-Ti,Es-Por-Mi”. Inyectándome, de esta forma, el avance de lo que estaba por decir a modo de anestesia que poco tenía que ver con el cielo. A mis escasos diecisiete, apreté los dientes, aferrándome a la definición de dignidad por no llorar desde el principio. Así de intenso es el amor adolescente. Así de estúpido.
El caso, es que, tras tu particular dosis de éter, tras tu intento de insensibilizarme, esgrimiste sin mirarme, un montón de palabras que tal vez, en algún momento desde su nacimiento, intentaron ser razones para hacerme largo lo que en realidad era un No Te Quiero.
Forzabas una mueca triste desde tu vals con el suelo, que puede que tan sólo fuese resaca de la noche anterior o producto de la ligera amenaza inconsistente de conciencia. Y así de estúpido es el amor adolescente. Y así de inútil tu anestesia. Tu éter. Y tu cielo reconvertido a infierno a ojos de mis cortas miras de minimujer enamorada, menguada, encima, por la escasa visibilidad que restaba tras la máscara de promesas mentirosas que yo quise creer para justificar el sexo y asumir, como tu desfluorano, que “no-era-por-mi,sino-por-ti”.
Han pasado muchos veranos desde aquel. He crecido. Y aquello tan dramático, resulta ser ahora muy divertido. Lo patético de la situación, lo hace tierno. El primer corazón roto. Y tus amigas recordándote que tan sólo es un cabrón insensible y que no por ello, dejas de tener todas las opciones intactas con las demás ranas que saltan por la charca. Príncipes o no, ranas de momento.
Y hasta hoy, he de decirte, que no hay príncipes. Que fuiste el único y el más falso. Que la realeza no camina a solas en torno al estanque, por muy bien disfrazados que vayan. Te diré, que el príncipe se hace con la combinación adecuada. Se hace cuando llega la mujer que lo convierte en alguien digno de corona… La rana se hace hombre cuando quiere, y a mi hoy me quieren tanto, que no es príncipe, sino Rey.
Te diré que debo agradecerte tu anestesia porque hoy hace posible al Rey.
Que agradezco tu éter porque me dio las herramientas para llegar hasta aquí… Para saber alejarme a tiempo o a destiempo, pero alejarme, de bufones, dictadores y carceleros. Y hasta de encantadores de serpientes…
Que me enseñó que con los buenos también se termina a veces, y que cuando eso pasa, es mejor sin anestesia. Las cosas claras para no romper la fina cuerda que sostiene al respeto, tan indefenso últimamente…
Me enseñó que siempre yo en el centro de mi mundo.
A no hacerme ideas y disfrutar las realidades.
Tu pinchazo fue el comienzo de un aprendizaje que no terminará nunca, y por Dios que no termine, pero tuvo una primera y clara lección: yo jamás he “abanderillado” a alguien con el “no-es-por-ti,es-por-mi”. Es patético, cobarde e indigno hasta para una rana verde, viscosa y sin príncipe.
Al despertar del desfluorano lo supe: Yo no quiero ser princesa.
Quiero ser mujer y que me quieran bien.
COMO SUENA, SIN ANESTESIA.

NUEVO BUZÓN DE LO QUE NO DIJE

Debido a algún problema misterioso y cibernético, cuando he ido a publicar una nueva entrada en lo que antes era mi blog, me ha aparecido un mensaje que decía que yo como usuario había eliminado la cuenta y todos los contenidos. Misterios de la vida. Mis próximas entradas serán desde aquí, a la vez que intentaré recuperar las antiguas... Gracias por leerme.


Paula Llodrá