domingo, 2 de diciembre de 2012

VERANO Y OTRAS DROGAS


A si soy más de verano que de invierno… No sabría responder. Creo que hasta el más feo, puede tener los ojos bonitos.
El caso es que, hace unos días mi hermano me dijo “háblanos de los amores de verano. Escribe algo”. Me hizo gracia. Y aunque pensé que no podía aportar nada nuevo a la materia, aquí me encuentro. ¿Por qué? (Sí, no sólo Mourinho se hace semejantes preguntas)… ¿Y por qué no? Me lo estaba pidiendo alguien que no ha vivido ni un sólo amor de verano, y no por ser un feo de ojos bonitos, todo lo contrario; Román los vive todas las noches, incluidas las de enero. Pero no sabe lo que son… porque no es lo mismo. Él no ha perdido la cabeza. Yo sí. Hace ya… Algún que otro agosto.
En mi defensa diré, que creo firmemente que el verano es algún tipo de droga descatalogada; No sé si es el calor, que llevamos menos ropa, que algunos bebemos más, los agravantes de una mente ociosa, o que estamos más guapos. Quizás es cierto eso que dicen del viento envenenado y odiosamente dulce que sopla en el Mediterráneo: nos vuelve un poco locos. O todo a la vez. O, ¡qué narices! que nos lo inventamos para justificar que en el Puerto, vale todo. Pero allí estaba él, apoyado en la barra del bar de todas las noches. Y yo bailando con mis amigas canciones horteras que te ametrallan el tímpano pero que son perfectas para salir todas las noches. El chico podía llevar allí una vida entera, pero ¡joder! nunca había sido tan guapo… ¿o sí?.
¿Me está mirando? ¿Me mira? Y todas pendientes, cotilleando, despreocupadas y excesivamente morenas y guapas, a golpe de ron con algo, a golpe de caderas de niña-mujer en un siglo en el que ya no tenemos que escondernos. Sí, me mira. Sé que me mira. Y hago como que me da igual, pero el gallo vestido de ropa cara sabe que no es cierto. Y se alza como el Rey de Temporada, en un reino tan extenso como su espacio vital con frontera en el siguiente taburete, donde hay otro; igual de Rey, igual de favorecido por la situación de embriaguez veraniega… Y la noche avanza, hasta que me besa, despuntando el alba, en un entorno de postal de agencia de viajes, con el maquillaje lejos de su sitio y los pies llenos de arena.
Estás jodida. Empieza la enajenación transitoria grave.
Abandonas tu anterior relación, esa misma que la monotonía se había comido de postre un domingo cualquiera rondando diciembre, y decides que, ¿para qué más? Que eres feliz, que el perfecto desconocido con Reino en la barra, es el hombre de tu vida. Y pasan los días sin necesidad de dormir ni comer en exceso, para exprimir las horas que te brindan esas dos semanas de efectos que promete el prospecto de la caja de pastillas que compraste en junio, y que pone: VERANO 500mg.
En algunos momentos, hasta os lo creéis. Hasta decís “haberos encontrado”, y te parece que haber precipitado todo, es la mejor decisión que has tomado en tu vida. Pero llaman a la puerta. Es septiembre, que quiere pasar… Os prometéis volver a veros en otro sitio, más lejos del mar. Y aunque tristes, os envalentonan las secuelas del estupefaciente que es agosto. En el mejor de los casos, coincidiréis en Madrid, en Barcelona o en otra gran ciudad. En el peor, ese amor estival habla otro idioma. Entonces, te dispones a ahorrar, a llorarle a tus padres porque te mueres de amor, y con la ayuda de unos y otros, logras en un mes, embarcarte con lo mejor que trae Zara para otoño-invierno en un vuelo low cost, dirección al Cuento de Hadas. Al llegar, sí… Roma mola mucho, pero él no tanto. Ya no hay moreno, ni buen rollo, ni las sobredosis son para siempre: o te mueres o se te pasa.
Yo estaba viva y coleando, así que di por hecho que simplemente, se me había pasado. Pero ¡qué gran verano! ¡qué grandísimo colocón! Enfundada en mis abrigos a juego con el pálido de mi piel, dejo atrás al rey sin trono porque ya no es temporada y asumo que he echado todo a perder, pero que ha valido mucho la pena. Sea como sea, el amor de verano es único y necesario. Eso sí, no suele repetirse. Porque por desgracia, se aprende que es irreal, que forma parte de un decorado de Grease, que Travolta se vuelve gordo y envejece, y que te la dan con queso una vez. No más. O eso pensaba…
Hasta hoy… Cuando me has preguntado si soy más de verano o de invierno:
Y aunque siento haber tardado en contestar, te diré que soy muy del verano eterno que encontré un noviembre en tus ojos, grises como el ártico.

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