Hoy se cumple un año.
Y lo que ha pasado mientras tanto es la vida sin saber si eres más feliz desde que te fuiste.
Por mi parte, te diré que al principio no le di demasiada importancia. Pensé que estarías liado trabajando, dando saltos entre aviones, haciendo malabares para sujetarlo todo y que nada se rompiese. Que ya volverías.
Me negaba a entenderte. A darte algo de crédito. A dejar de llamarte. Que no podía ser porque tú nunca me fallabas. Que todo esto tenía que ser mentira. Que no, que no puede ser.
Al ver que ese no puede ser no me funcionaba, me cabreé. Me enfadé muchísimo, no te voy a engañar. Hasta te pedí que te sentaras en la silla de la cocina donde hablábamos de las cosas importantes. No viniste. Por más que te llamé, mantenías tu ausencia y te grité. Te mandé a la mierda. Te reproché. Te lloré y te maldije por servirme esa soledad fría y aterradora que me devolvía el espejo de una vida sin ti.
¿Cómo te atreves? ¿cómo has podido marcharte y ya está? Joder, y ni siquiera eres capaz de venir a explicármelo. Tampoco lo hiciste antes de toda esta mierda, cuando tú lo viste venir antes que el resto. Cuando me mentías sabiendo que era mentira para protegerme como si se te olvidase que ya podía sentarme en la silla de la cocina a escuchar las cosas importantes. Que no tengo ni puta idea de a quién se las debes de contar desde que yo solo oigo este silencio. Y los tambores de esta iraque nadie entiende. Ni yo tampoco.
De repente, respiro hondo y te propongo que lo hagamos a tu manera. Que negociemos. Que me dejes un poco más de tiempo. Como cuando era pequeña y no quería irme a dormir. Cinco minutos más, por favor. Y te ofrezco cuanto tengo para que lo hablemos. Para que me mires una vez más y me digas, Mosca, todo va a salir bien.
Bien, como cuando estabas.
Bien, como cuando no daba miedo.
Tampoco contestaste. Pero eso ya lo sabes.
Entonces, llegó el frío. El gélido invierno de la tristezaen primavera. Tu recuerdo empezando a mostrarse como algo que traes de otro sitio. El picor en el ventrículo de un corazón que a cada latido abre una grieta. Unas paredes de carga que amenazan ruina. Y el ruido. Todo ese ruido de la gente que me quiere intentando parar el derribo que decretaste al marcharte.
Que necesito llorar para que entiendas hasta donde cae mi te echo de menos, mientras rebota el eco de mi vuelve que no escuchas.
No te haces una idea de lo que llegó a llover. Fue el abril más seco de la historia. Yo tampoco me enteré, incapaz de levantar la vista de los cristales del suelo que eran las fotos que dejaste. Que eran tus trozos de mi vida, rompiéndome por dentro.
Era obvio que había que restañar esa herida. Ese corte que primero negué, que más tarde me hizo enfadar, con el que luego me senté a negociar cuotas más bajas de dolor. El mismo que me sentenció con depresión a bofetadas. Y el mismo que empezó a cicatrizar cuando tuve el valor de aceptarlo. De aceptarte. Que tú tampoco querías esto. Que a ti también te duele. Que son fotos, no cristales.
Y que te quedas. De otra manera. Porque al fin y al cabo un padre es para siempre. Y tú nunca fallas.
Deje su mensaje al oír la señal.
Y aunque yo oigo la señal, tú no oirás mi mensaje.
Pero ya lo he entendido.
Un año después y tras visitar los cinco estadios de tu ausencia, ya lo he entendido: te seguiré contando como estoy, me seguiré sentando en la silla de la cocina y te seguiré queriendo toda mi vida.
Y tú a mi. Desde tu ausencia.
Gracias, he tardado 3 meses en leerlo del tirón, comparto estas 5 estaciones.
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