domingo, 9 de febrero de 2014

Las rosas que venden los chinos


 Madrid, a 11 de diciembre de 2004         


Querido J,

¿Vienes ahora a decirme esto?
Ahora, que he vuelto a colocar cada ladrillo que tiraste para dejarme al descubierto. Ahora, que ya me he curado. Que ya no escueces. Que ya no cuentas…
Hace algún tiempo, no sé cuanto, hubiera dado mis manos por oírte decir lo que hoy me susurras en un piso de Barajas. Pero, ¿sabes qué? Cuando las cosas llegan tarde, llegan frías. Y tu ventaja se ha convertido en el lastre que deja vacías tus palabras. No sé si es que ya no te creo o simplemente, ya no te quiero. Que te quise hasta que me sangraron los nudillos, es una verdad como un templo. Que ya tengo callos en los nudillos, es la realidad que ahora te sirvo. Y eso, que todavía se me arruga el corazón cuando me acuerdo de tu truco cutre de señalarme una estrella para que, al mirar hacia arriba, sólo tuvieras que empujar mi boca. Porque así fue nuestro primer beso. Y si te digo que ya no te creo, es porque apuesto mi resto, a que tú no lo recuerdas. A que no lo recordaste nunca porque yo nunca fui tu persona; porque éramos dos niños y yo me iba enamorando en cada esquina. 

Puede que este "no" sea mi venganza. Mi directo a la mandíbula para dejarte en la lona. 
Puede que simplemente ya me haya hecho mayor sin serlo, o lo que es más probable: que tú llegues tarde, y yo me haya quedado fría. 

No te voy a decir que no lo he dudado. Todo aquello que quisimos siempre deja ese escenario falso que sólo recrea lo bueno que tuvimos: el viaje a Argentina, jugando a ser adultos cuando si me apuras podíamos votar de puro milagro. Siempre fuimos dos niños. Y hoy se me hincha el pecho al salir de tu casa con mi "no" abriéndome el camino. Es como si estuvieras aquí para ir haciéndome mujer. 

Y lo he dudado. Dios sabe que lo he dudado.

Pero ¿qué hacemos ahora? ¿besarnos y volar de un soplido cuatro años?
Hay ciertas cosas que el tiempo no puede llevarse. Que el tiempo no puede cambiar. 
No todo es vino; hay cosas que con los años, se estropean.
Aunque te digo una cosa, justamente por no estropearlo es mejor que me compres el "no". Para que siempre nos quede aquella primera vez en casa de tus padres. 
Fuimos nuestra primera vez y sólo por eso, no vale la pena arriesgarlo todo. Para que las cosas buenas sigan siendo las cosas buenas. Para que las cosas malas, sólo sean cosas de niños. 
Que ahora que he crecido, soy más complicada. Menos tonta. Menos tuya.

Ya no me sirven las rosas que venden los chinos. 

Ya no. Ahora tengo los bolsillos llenos de monedas para dar en los semáforos. Ya no te espero en cualquier plaza. Ya no perdono tus pecados. Ni los de nadie. Bastante tengo con los míos. 

No podías pretender que yo siguiese en la orilla de la playa día tras día mientras tú encontrabas otras cosas que hacer, otras mujeres a las que vender promesas rotas, otros tigres a los que borrar las rayas. 

No podías, pero lo hiciste. 

Y yo… yo me marché, mientras tú comprabas, para otras, esas rosas que venden los chinos.

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