jueves, 2 de octubre de 2014

Crisis

                Estaba tan presente en mi vida, que nunca pensé que llegaría el maldito día en el que sólo me quedasen recuerdos. Y todos felices, por cierto. Pero recuerdos.
Ráfagas de aquellas llamadas de madrugada. O de aquellas tardes en las que podía llamarla más de diez veces y al acabar siempre nos quedaría algo en el tintero: planes, desvaríos, análisis exhaustivos, miedos, paranoias, éxitos, fracasos, todas y cada una de nuestras cosas… Hasta hoy, que miro mi tintero y veo que se ha secado. Aunque a ella la veo fresca pasear por mi memoria.
A veces la veo por la calle, pero cuando me acerco, nunca es ella. Y fumo delante de la que fue su oficina antes de coger el metro. Fumo en el último sitio que la vi, esperando a que salga de un sitio en el que ya no trabaja, para darle un abrazo a una amiga a la que ya no necesita. Así de absurdo es echar de menos.

Pienso en las noches del que fue el mejor verano de mi vida. Pienso en cuánto le cambió la vida a ella aquel verano. Y como me cambió a mí aquella noche, en aquella cena en un restaurante de la A-6. Lo diferente que la vi con aquella chupa de cuero y el pelo arreglado. Como pidiendo guerra. Y dimos mucha, mucha guerra. Como Batman y Robin. Como Thelma y Louise. Como la sal y la pimienta. Bonnie y Clyde. Como los jodidos Tom y Jerry.
Como todos aquellos a los que sólo te imaginas juntos.

Hoy tiene un hijo.
Yo no lo conozco.
Su marido es un extraño para mí.
Y no sabría llegar a su casa.
Pero por dentro, siempre seguiremos siendo Timón y Pumba. Don Quijote y Sancho Panza. Lennon y McCartney.
Puede que se marchase porque la fallé.
Porque no pude estar a la altura por mucho que quise y que la quise.
Su imagen estaba tan ligada a la persona que perdí para siempre, que no lograba mirarla sin verlo a él. Que no pude vivir con ella su momento. Su sí quiero. Su alegría. No pude aparcar mi pérdida. Tuve que retirarme a un segundo plano que no nos sentaba bien. Nosotras no éramos de banquillo. Nos faltaba costumbre.
Nos sentó tan mal que acabó el partido y yo seguía en el banquillo, bajo la lluvia y con el marcador reiterando la derrota.
Y no fui a por ella.
Ni ella volvió a por mí.
Y ahora asomamos la cabeza de vez en cuando y por los cumpleaños; Como quien le pide sal al vecino cada seis meses. Y lejos de enfadarme o de buscar un culpable, pienso que tuve la suerte de compartir con ella algunos de los mejores años de mi vida. Y que si volviera atrás, volverían a ser con ella.
Que aunque el corazón me escuece con cada letra de su nombre, un amigo es de por vida. Aunque la vida se lo lleve lejos.

Estoy segura de que es una madre estupenda. De que es una esposa cariñosa. Que de vez en cuando seguirá sacando la bestia que habita en ella, pero nunca tan a menudo como debiera. Seguro que le seguirá gustando el trabajo bien hecho, pero que se seguirá aburriendo con facilidad. Si ha dejado de comprar ropa, será un milagro. Espero que coma más de lo que comía. Que no siga paseando en el coche palos de golf, un neceser de maquillaje viejo, carpetas, libros de la carrera, un foulard, y demás material sin relación aparente entre sí. Quizás siga bebiendo limón y nada. Seguro que sigue pidiendo piña de postre.

Puede que aún alguien la llame Crisis.
A mí nadie ha vuelto a llamarme Mosca.

Lo que tengo claro es que un amigo es para siempre. Como un tatuaje. Y hasta de eso, tenemos el nuestro.


Es para siempre. Aunque sea en el recuerdo.
Como mi te quiero, que espero conserve, para siempre y en el recuerdo.