Le gustaba escuchar a Andrés Suárez. Entre otras
cosas.
Y yo me acuerdo de ella cuando escucho la frase de
una de las canciones del gallego: “vivía
en la calle del arte” y no precisamente por donde vive. Me acuerdo de ella,
porque ella es el arte. Para todo. Para crear, para hacer ruido, para llegar
tarde, para querer, para enfadarse, para romper una media de dos vasos por
semana, para pelear hasta el final por sus sueños, por tanto y por todo. Ella
es el arte. Es pasión. Aunque le haga daño.
Se pasa el día queriendo que la quieran. Deseando
transformar su vida en una película. Derrochando energía, como si en realidad
le sobrase. Y si la enfadas embiste como un toro; basta con agitar el capote y
si lo cree oportuno, entrará a matar. Sin miedo a las consecuencias. Sin
armaduras.
Pero sobretodo se pasa el día queriendo que la
quieran. Y cuando la quieren, se cansa de que la quieran, o se asusta, o se
aburre. Y sale corriendo hacia otra película. Con nuevos galanes, con más poesía.
Y te dirá que, por qué a ella no la quieren; que por qué a ella nunca le sale
bien.
Y sonrío y la miro. Y pienso que es como un pez. Tan
bella, nadando libre, coqueta, distraída. Tan difícil de atrapar. Cuánto más la
aprietas, más se te escurre entre los dedos.
Porque ella solo quiere una pecera. Una en la que no
cabe un hombre y caben muchos.
Ella sólo quiere el Teatro.
Es su novio. Su amante. Su amigo. Su jefe. Su
hermano. Su confidente. Su vicio… Su pecera.
Con él se vuelve dócil, permisiva, sumisa. No le pide
nada y se lo da todo. No se escurre entre las manos del Teatro. No le exige que
la quiera. Pero sobretodo no se cansa de su amor.
Pienso en ello mientras me acuerdo de aquellos que
quisieron quererla cuando ella se lo pidió. O un poco más tarde.
Y pienso que ellos y los que vengan deberán saber
todo esto. Deberán no apretar. Deberán regalarle teatro. Películas. Historias
de ficción. Pues así es como ella quiere vivir. Pues así se caza al pez que
vive entre bambalinas.
Que tiene tanto miedo a que le hagan daño, que tiene
tanto miedo a que la vida le quite cosas, que te contesta a tu te quiero
preguntándote que por qué no la quieres. Que por qué siempre le sale mal. Y tú,
con cara de bobo, la ves alejarse. Y la ves perderse entre los tiburones de
ciudad mientras practica un personaje, analiza a un vagabundo, radiografía a su
padre o disecciona los traumas de sus amigas. La ves alejarse porque tú no eres
Teatro.
Porque ha tenido mala suerte. O no ha sabido elegir y
ha buscado casi siempre la compañía equivocada. Tal vez por darle drama, tal
vez para vivir de puntillas sobre la dramaturgia del amor adolescente.
Lo que no sabe, es que pronto, el amor adolescente la
dejará con hambre y que el Teatro no le dará calor las noches de sus inviernos.
Aunque ahora no le importe.
Yo aviso desde aquí a todos los galanes de las películas
de su vida. Para que estén atentos. Porque los peces, son como destellos, los
ves una vez; pero si no eres rápido, cuando vuelvas a mirar, ya no están.
Y ella se hace querer.
Y llegará el día en que querrá que la quieran de
verdad. Llegará el día en que querrá que llenen su vida de Teatro. Pero aún no.
Todavía es pronto.
Ahora sólo quiere llenarse ella de Teatro. Ser ella
el Teatro. Y si tú quieres nadar con ella, tendrás que querer lo mismo; o te
contestará a tu te quiero que por qué no la quieren. O se acercará sólo a
hombres que sabe que nunca la querrán. Sintiendo el fuego de heridas que sabía
que iba a encontrar. Porque aún no es el momento. Porque sobretodo ella no
quiere que sea el momento.
Que ella es arte y si tú la quieres tendrás que ser Teatro.
Ser sus bambalinas y su escenario.
A cambio ella, te hará soñar toda la vida. Sobre las
tablas. Toda la vida.